M I S P E R L A S.

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    Mis perlas.

    Apareció tímida la primera, como una flor de ciruelo, de esas que casi se esconden para no ser vistas y la observé con cierta indiferencia. Su presencia era esporádica y tan leve, que casi podría olvidarse uno de ella. Pensando en ello, me doy cuenta que fue como una brisa…casi imperceptible.

    Pero las perlas no han nacido para ser disueltas por el viento y son duras, consistentes, envueltas en su manto de belleza lunar que como aves de cetrería agarran la mirada, hipnotizan y provocan un embrujo que algunos sabios comparan con la perfección, la pureza, el conocimiento más elevado.

    Bien, mi perla se quedó a mi lado, sin ser llamada y aunque me opuse a ser su dueña, ella tenía su propio lugar ya destinado. La combatí, no lo niego, con métodos un tanto  vergonzosos, pueriles, casi ingenuos, más no cedió y su misión lentamente fue realizada… obtuvo su espacio y su tiempo.

     

    Lo extraordinario habría de venir cuando OTRA perla llegó a acompañarla dejándome en un estado de total asombro e incredulidad. ¿Sería posible que otra maravilla, otra joya apareciera en la arena, en mi propia playa? ¿Sin ser buscada, ni deseada?

     Aprendí lentamente a conocerla, a establecer sus horarios, costumbres, la intensidad de su luz según el momento.

     Supe paso a paso, que el control de estas bellezas estaba escapando de mis manos y que siendo perlas, materia inerte, si tenían vida propia e increíblemente querían sin temor a error llamar a muchas de sus hermanas a vivir en mi vida por un tiempo aún  desconocido.

     No obstante su belleza, su brillo inigualable, no las quería en nada que me rodeara. Comprendí que era una lucha por el propio control, la superación y decidí estar atenta ahora a la llegada de posibles nuevas perlas.

    Me convertí en un acechante radar de ellas, las percibía en su primer intento de ingreso y flanqueaba mis fortalezas  con todos los recursos posibles; no iba a dejar que el brillo enloquecedor y a la vez tan apacible de ellas me atara como el relámpago enceguecedor de una estrella nueva, a un peregrino estelar.

    Lentamente, casi sin estridencias, se han ido apoderando de mi misma. Ya he

    dejado de ser quien era por transportar, llevar, cuidar con odio al inicio, este

    collar de perlas que no pedí. Ya no siento odio, estoy resignada a su compañía

    sin fin y si bien algunas veces su brillo es tal, magnificente y sordo, en otras

    horas  se torna opaco y deslucido y de un peso imposible de medir.

    Fuera del océano, como nube de lluvia, ven y viaja,

    pues si no viajas nunca llegarás a ser perla.

     

    Mis perlas…indeseadas, frías y candentes al mismo tiempo.

     No puedo vivir sin ellas, estoy muriendo con ellas.

     

    noviembre  2011

     

     

     

     

     

     

     

     

     

     

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